El largo camino al éxito de Claudio Narea ya ha pasado sin pena ni gloria. Un disco más que llegará a repletar la saturada discoteca políticamente correcta del siempre obediente Rock Chileno.
Narea sigue siendo el pavo cabro de San Miguel, ese estudiante introvertido de voz bajita, buen cabro y representante pleno del Chileno clase media, cristiano, sumiso y de mente blanca.
¿Y que pudo haber salido de un corazón como el de Narea? Un disco a olvidar, o a escuchar en alguna fiesta de cuarentones con inmadurez neurológica .
Definitivamente a Narea le pesa no conocer el celestial charco de la vanidad, esa delgada línea que te lleva a presumir ser el dueño del mundo, despertando los demonios que batallan contra la moral establecida.
Por ahora se agradecen los pasajes turbios, incoherentes y honestos de Jorge González, por sobre la eterna adolescencia predecible del “Eterno guitarrista de los prisioneros”.
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