miércoles, abril 11, 2012

Hay que matar a los viejos (o el momento de los jóvenes y alocados)



Por Cristian Zúñiga
@planetazuniga

Nuestra política es la verdadera fuente de la juventud, donde se cuentan como jóvenes a señores de 50 o 55 años y el recambio o refresco toca la puerta no precisamente de veinteañeros. He visto como cada generación del 60,70 u 80 suelen prestarse ropa, ejercer complicidades y rejurarse lealtades con tal de mantenerse vigentes al timón del buque nacional. Cada generación exhibe sus logros, traumas y mañas de acuerdo a sus intereses. Cada generación dialoga con las otras de acuerdo a su conveniencia máxima: Conservar el status quo y bloquear el ingreso de la siempre indómita generación cachorra. Cada generación se aprovecha de la que viene desde abajo, la explota, humilla y luego exige de su cuidado, cuando próstata ni lucidez responden.

He visto como las G60, G 70 y G 80 acuerdan procesos y momentos. Los kamikazes que pactan con militares la transición, los pechos de palo adoptando al malparido modelo neoliberal, pieles de metal ensartados por aulas norteamericanas y los victimas de la guerra fría. Cada cual a su paso, pero todos en una misma pista de baile.

Da lo mismo si se trata de un momio que enrojece en la defensa de dios, la patria y el orden, un lolo-vejete de guayabera, chapitas de Allende y verborrea antitodo, o un progesista de sombrero, canabis, libertades económicas y sexuales. Al final del día, asumirán una misma bandera y remarán para el mismo lado. Dicho en sencillo, a ninguno de ellos les conviene un cambio cultural. El fin del modelo aristotélico. El derribamiento de la gerontocracia.

Los ritos sociales establecidos por los “adultos” hacia los jóvenes, son carreteras construidas desde la frustración, el miedo y un predecible modelo de formación, diversión, organización y coerción. Una sala de espera en un hospital roído, en la que se debe aguardar la llegada de arrugas y canas para tomar el timón de un barco ya encallado.

Quizás por esto es que los lozanos buscan refugios en los suyos, entre alocados y jóvenes que en sus rocosos y espinudos senderos paralelos, se escuchan con atención, respeto, cariño y sin autoritarismos ni corrupciones. Eso si, esquivando en todo momento las balas y piedrazos lanzados desde la ruta del adultocentrismo. En eso se puede pasar la vida, esquivando dogmas y buscando rutas alternativas, entonces ser joven deja de estar definido por un parámetro del “instituto de la juventud”. Es una opción de vida. Una postura. Una ideología.

Porque son los profesores que enturbian el alma, los padres castradores, los adoradores de conductos regulares, ahorradores del futuro, magdalenas del pasado y por sobre todo, esclavos de la muerte, quienes temerosos de lo desconocido y de sus inconcientes, establecen leyes aniquiladoras del placer.

Los viejos llegan al mirador de la vida con miedo, sin el arrojo de quien huele que después de esta realidad, viene la nada.

Importante es que en cada lucha y en todo discurso se considere este punto, asumiendo que la gran batalla, es generacional. Asumiendo que nuestra ascendencia es una rata de laboratorio y nuestra descendencia, el soñar de una rata de laboratorio.

En momentos de incertidumbre, prostitución política y religiones agonizantes, es cuando más se requieren inquietos, curiosos, desvergonzados, incrédulos y lenguas rápidas: jóvenes y alocados. Los viejos construyeron la historia desde su triunfo de dolor, aburrimiento y tristeza infinita. Los jóvenes son la salvación. Hay que matar a los viejos.

lunes, abril 09, 2012



Por Cristian Zúñiga

Valparaíso se quema, se vende, se arrienda, se oxida, se pudre, se jode. Valparaíso es el joven-viejo que aún vive del nostálgico recuerdo de aquella borrachera de principios del siglo XX, repleta de marineros, prostitutas, europeos y comerciantes. Valparaíso es el eterno joven mantenido por el padre. “Valparaíso me aplasta”, cantan los despechados. “Valparaíso se extraña hasta llorar”, exclaman los exiliados del hambre.
En Valparaíso se pintan fachadas, pero no se regularizan instalaciones eléctricas, cornisas o maderas putrefactas. Valparaíso es Avsolomovich, Murillo, Tiqui-Tiqui, el Gordo, el Negro o el CORE amado por todos los anteriores. En Valparaíso lo único que no se quema, es el negocio de la basura, pues la basura es un tema. Y como todo buen tema se paga a buen precio, y a veces, se cobra por caja en bolsas de basura. Valparaíso y su justicia desvendada (véase monumento en plaza de la Justicia) .
Valpo se debate entre puerto o mall, cemento o tierra. Como sea, la desesperación nubla la vista y da paso a la urgencia facilona con sus apuestas “cementísticas” de arquitectos derrotados. En Valpo los eufemismos son espíritus burlones: basta de tonteras, la Feria de las Pulgas, es feria del despojo, donde el primer y segundo quintil ofrece a grito pelao sus rastrojos.
Valpo museo, Valpo prostíbulo, Valpo cesante, Valpo mal educado, Valpo perdido. Porque tu piedra fundacional debe andar extraviada en algún escrito de prostituta del siete espejos. Por ahora, te reconstruyen a ritmo kitch y pachanguero. Fiesta, fiesta, fiesta, si te quieres salvar, huid cuanto antes.
La madrugada del jueves recién pasado, el fuego destruyó nuevamente un edificio patrimonial. Esta vez la llama tocó al emblemático IPA, refugio de la cultura popular porteña (esa que no se piensa ni hace para snobs ni turistas) y punto de encuentro de porteños no hipnotizados por batucadas ni changalangismos varios. El fuego vuelve a castigar al puerto remolón y si no es el fuego, serán las termitas.
No me pidan optimismo, no me pidan propuestas, hoy no me pidan coherencias. El dolor no se disfraza, la rabia no se contiene. Basta de saltimbanquis del fracaso, las cosas como son: la ciudad se cae a pedazos. Si hasta el patrono poeta amaba a Valpo con versos ofensos: “Que disparate eres, que loco, puerto loco, que cabeza con cerros, desgreñada, no acabas de peinarte, nunca tuviste tiempo de vestirte… siempre te sorprendió la vida, te despertó la muerte en camisa, en largos calzoncillos”.

martes, abril 03, 2012



Por Cristian Zúñiga

Las últimas primarias DC dejaron como candidato al municipio porteño de la falange al carismático y polémico ex alcalde Hernán Pinto. En un proceso calificado como ejemplar por el presidente de ese partido, Ignacio Walker, en la ciudad de Valparaíso 3600 personas votaron y otorgaron cerca de 3 mil votos al ex edil, versus 576 que obtuvo su contrincante Olmedo. Estos votos corresponden aproximadamente al 5 % de votantes de esta ciudad (padrón antiguo)
Lo cierto es que el otrora “cacique de los cerros porteños” nuevamente cae en la trampa tendida por algunos de sus “eternos” camaradas, quienes conociendo la insaciable gula de poder que aprisiona al pintoresco ex edil, le vuelven a lanzar pirotecnia electoral a partir de las poco rigurosas encuestas realizadas por la Universidad Católica de Valparaíso, misma que el año 2008 anticipaba una holgada victoria de Aldo Cornejo en su reelección a la municipalidad.
Por otro lado, los conocedores de las transversales operaciones políticas porteñas, se refieren a la candidatura de Pinto, como una subterránea operación que busca resguardar los oscuros negocios y aparatajes instalados en Valparaíso por una diversa fauna política renuente a cruzar las aguas de los nuevos tiempos.
Pero más allá de los guarismos especulativos y la búsqueda de reanimadores de cadáveres, este regreso otorga la oportunidad inmejorable a los ciudadanos porteños de acertar un disparo definitivo a figuras que representan aquellas viejas y mañosas prácticas de ejercer política. La derrota de Pinto en las próximas primarias de la concertación ( 1 de abril próximo), no solo echarían a suelo su fama de patrón de los cerros, sino que además, sepultarían el reinado de la oxidada política clientelista instalada hace 20 años en esta ciudad.
En momentos propicios para comenzar una conversación macro en torno al futuro económico, cultural y educacional de Valparaíso, con vista al pacífico sur, liderando una integración regional y enlazada con Santiago, nos reaparecen desde el fantasmagórico horizonte del pasado reciente, figuras con agotada credibilidad a nivel nacional, para quienes bingos y oncecitas pesan más que propuestas robustas.
Una ciudad que ha vivido 20 años en medio de una crisis ramificada, no resiste una elección más sin que sus ciudadanos decidan en pos de una nueva ética que gobierne de manera transparente, participativa, seria y profesional el futuro. Llegó el momento de optar por la ruta a seguir, el turno es de los porteños que voten a conciencia y no por acarreo. Más aún, considerando que la próxima elección, abrirá la puerta a miles que actualmente no están inscritos en los registros electorales.