viernes, febrero 16, 2007

YO Y MI SOLEDAD



Estoy decidido a seguir los designios de mi alma solitaria. Quizás sea la cultura cristiana la que me tiene triste, esa de imponerte sueños y desafíos ligados a la familia, el amor y una vida relativamente ordenada.

Nunca he logrado entender del todo a la poesía, ni menos ligarla al tilín de mi corazón. Lo mío de verdad son las caminatas con mi reproductor personal, pensando en las noches de mañana y planeando proyectos vertiginosos.

Me podrás encontrar en alguna barra dispuesto a conversar de todo, a besar tus vísceras y luego desayunar como si nada. Podrás pasear conmigo de la mano y te podré contar cosas bonitas al oído. Pero al final del día extrañaré a mi soledad, y buscaré como un gato en la noche, la salida más cercana.

jueves, febrero 01, 2007

LA PEQUEÑA GIGANTE


La Pequeña Gigante

Por Cristian Zúñiga lucero

Érase una vez una muñeca gigante que aparecía en el centro de Santiago. Una hermosa niñita de 8 años que vino al rescate de la capital Chilena que estaba recibiendo el ataque de un enorme rinoceronte africano que había dejado a su haber micros, vagones de trenes y paraderos totalmente destrozados.

Se trataba de una mega obra de la compañía Francesa Royal de Luxe financiada por el gobierno de Chile y una empresa de telecomunicaciones. Una muñeca de 7 metros de altura y 30 toneladas, más un rinoceronte robot destinados a invocar el espíritu plomo de los capitalinos pileteros , esos rellenitos que a punta de pen-drive, trajes Jhonson y completos con mucho ketchup se convierten en la nueva clase post pobreza extrema del Jaguar, los agradecidos de las goteras de superávit que caen desde plaza Italia.

Era un viernes de enero con 28 grados a la sombra, lo que para un buen porteño como yo es sencillamente insoportable. Pero aún así decidí esperar estoico la aparición de la niñita gigante, entre una multitud que a esa hora repletaba como nunca antes la plaza de armas. Y me sentí más Chileno que nunca, porque estar en una aglomeración en Santiago es ser realmente Chileno.

La hora avanzaba y no había señal alguna de la muñeca. Una señora que estaba a mi lado comenta que antes de la aparición de la muñeca una música infantil retumba en la calle. Yo opto por consultar a la radio, y claro, Cooperativa y Bio-Bio seguían minuto a minuto la ruta de la gigante, como en el funeral de Pinochet o un partido de la selección, los periodistas comentaban cada detalle de la historia elaborada por el director de la compañía francesa.

Y justo en el momento en que todos comenzaban a apretujar y pasar por encima de otros, como si nada importara o como si el mundo fuera a explotar frente a sus narices, una música de corte oriental indicaba que la muñeca había llegado. La gente gritaba y más de una niñita se ponía a llorar en los brazos de sus padres.

Y he ahí la estructura representante del poder nacional, una obra solo antes exhibida en tres países ultra-desarrollados del primer mundo hacía su llegada a la plaza de los inmigrantes peruanos, al mismo lugar donde Spiniak levantaba a menores de edad para llevarlos a sus fiestas.

La historia de la muñeca y el rinoceronte surge en Chile: El rinoceronte llega desde el norte, desde Chuquicamata, o sea, de la billetera del país. Luego se traslada a la capital, donde causa estragos en la vía publica. La encargada de salvarnos es la gigante pequeña.
Una metáfora de seguro pensada por la moneda y propuesta al excéntrico ideólogo de la Royal de Luxe: La dulzura e inocencia femenina versus el viejo, bruto y casi invisible rinoceronte.

Pienso en nuestra pequeña gigante de la banda presidencial, desesperada y resignada a gobernar entre rinocerontes hambrientos. Como ya no puede atraparlos, expropiarlos y encerrarlos, prefiere sonreírles con ternura y mostrarlos como engendros buenos de su bella historia: Esa de la niña gigante que roba los corazones de liliputences esclavos de los rinocerontes viejos, mañosos y egoístas.

Por hoy ha sido suficiente, el Terminal de buses debe estar saturado. Prefiero la inocente desesperanza amateur del teatro porteño.