El príncipe es la obra de cabecera de los políticos chilenos oriundos de la década del 60 (de haber nacido en el 50 estaríamos hablando de otra cosa, otros experimentos) los Mapus la dejan en su velador, junto a las píldoras de Melissa.
De seguro el panzer tomó esta vieja biblia republicana y la llevo consigo en los innumerables vuelos desde Washington a Santiago, Santiago- Cancún. Cancún bajo las palmeras, junto a su esposa, o como un herido de amores en busca de algún consuelo en alguna novela latinoamericana. Y de seguro el párrafo subrayado, marcado cien veces con el índice y repensado mil veces, fue aquel clásico “saber aprovechar los momentos de fortuna y escapar de los desfavorables” algo que todo “Príncipe” debería tener en consideración antes de comenzar una ruta hacia el objetivo máximo.
La indecisión de Insulza no pasó por el temor de novato en las lides electorales (nunca compitió en una) ni por las encuestas, ni menos por que su personalidad sea la de un timorato cobardón. Insulza se baja de carrera, porque su candidatura era el más desfavorable de todos los escenarios, y por una razón contundente. Insulza hizo el trabajo sucio durante mucho tiempo. No se olvide que fue el Panzer del gobierno más odiado por la clase política emergente, esa que busca en todo momento matar al padre que nunca tuvo, como forma de zanjar el vacío inmenso que les carcome.
Es absolutamente factible que un ex presidente enfrente una elección y la gane, pero que un ex ministro del interior, que llega a convertirse en un acorazado de la segunda guerra mundial, gracias a sus oscuras reuniones y sigilosos amedrentamientos, piense en aquello, sin sentir los pasos de esos fantasmas mutilados por los fuegos del “vehiculo de combate blindado” de Lagos, sería un suicidio político por donde se le mire.
Insulza ha entendido el mensaje del príncipe “Se consideran varias estrategias para conservar un principado: la primera, eliminar el linaje del príncipe anterior”. Insulza es un concertacionista que sabe blindar a su ejército.
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